Podría parecer una provocación que un restaurante catalán se llame Casa Jorge y no Can Jordi, precisamente el nombre del patrón de Cataluña, pero así se llama este restaurante que ofrece comidas típicamente catalanas y, en este caso, una calçotada.
Las diferencias con la imagen de Cataluña que nos quiere vender el nacionalismo, o como dice el maestro Arcadi Espada, la "sociovergencia" no se acaba en el nombre, sino en la ubicación y decoración del local. El local se encuentra muy cerca de la Plaza de Toros de Las Ventas, y como no podía ser de otro modo, podemos encontrar ciertos elementos de decoración taurina.
Antes de sentarte, te ponen un babero de plástico, fundamental para evitar mancharse la ropa con los calçots. El menú calçotada está cerrado, a 35 euros, y es bastante completo. Unos entrantes de pan con tomate (se extrañaba un primo mío catalán de que en un bar de Madrid tuviesen en la carta "pan tumaca", del catalán "pa amb tomàquet", donde la "o" átona se pronuncia "u"), y distintos embutidos catalanes tales como fuet y diversos tipos de butifarra.
Continúa el menú con una ensalada de tomate y bacalao, llamada "esqueixada", que está buenísima y con una escalivada, que son berenjenas y pimientos rojos asados con aceite de oliva, muy rica. Voy a empezar a preparar estos platos en casa. No son platos difíciles de preparar y seguro que quedo muy bien con mis invitados.
Después viene el plato que da nombre a la comida, y que son los calçots, unas cebolletas tiernas que se asan. Según me explica un amigo de mi padre, el calçot se tiene que preparar a la llama, y no a la brasa.
Los calçots se sirven en una teja, cubiertos con un papel de estraza o, en el campo, de periódico. Se cogen con la mano, se quita la primera capa quemada y se mojan en una salsa llamada romesco, que es una salsa de tomate, almendra y avellana, riquísima.
Los calçots, que son típicos de Valls, Tarragona, pero en este restaurante los traen de una finca en Consuegra, Toledo. Bromeamos con un camarero diciéndole que no se enteren los catalanes, que si no, al igual que con el cava, lo prohíben llamarle calçot.
Después sirven una fuente con diversos tipos de carne como costillas de cordero, conejo y butifarra, con sus correspondientes "mongetes."
De postre, ¿lo han adivinado?, sí, una crema catalana, estupenda.
En el precio del menú se incluye una botella de cava o vino por cada dos personas y la casa invita al chupito.
El servicio, muy atento, entendido y amable, siempre risueño, por encima de la media madrileña, sin duda, y de la catalana no digamos.
En el aspecto negativo, destacaría que cobran un euro y medio de servicio por comensal. No entiendo esta costumbre de cobrarte el cubierto, que alguien me la explique.
En definitiva, una calçotada muy rica, a buen precio, muy recomendable. Habrá que volver. La próxima vez llevaré a amigos madrileños para que descubran los placeres de la buena gastronomía catalana.
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